sexo nuestro, que estás en los cielos
No encuentro gentes más obsesionadas por el sexo, con el sexo, para el sexo que los diversos profesionales de las diversas religiones. Todos. Todas. La generalidad de ellos, en su calenturienta obsesión, pretende reconducir algo natural, deseable y divino –el placer- a algo eventual –la procreación. Su arma, a la que le hacen el juego incluso quienes están inmersos en el gay way of life, es la artificial ecuación sexo-amor. El sexo sin amor, así, sería malo, pecaminoso, perverso. El sexo con amor –para ellos, único verdadero- solo sería legítimo si está animado por la voluntad de procrear, de “participar del poder creador de Dios”, nos dicen. Y se quedan tan anchos, al menos de cara a la galería; porque, después, la procesión va por dentro. Con perdón.
Y, por descontado, hablan siempre del sexo en plan heteronormativo. Y a esta heteronormatividad tan eficazmente impuesta y consuetudinariamente asimilada hacen el juego demasiadas personas gays (LGBTI etc les gusta ser llamados), también en páginas de contactos, de tomateo, cancaneo y putiferio en las que, bajo una sugerente foto de un maravilloso ojete peludo y tragoncete, o de una turgente, pimpante y tonante verga, aparecen pies de este tenor: “no busco sexo por sexo”, o “abstenerse quienes solo buscan un polvo”, o “busco amistad”. ¡Los cojones!
Hipócritas, unos y otros. Enfermos.
Habláis de obsesión por el sexo desde vuestra puta obsesión por el sexo. Desde el papa Francisco, actualmente reinante, hasta el dalai lama –océano de homofobia-, todos quieren controlar el tema. ¿Por qué? Porque son perfectamente conscientes –Wilde dixit- de que quien controla el placer controla la totalidad de la persona.
Al final es cuestión de control. Y el control conduce al miedo, el miedo a las ansias de salvarse, y las ansias de salvarse a pagar por la salvación. La pela es la pela. Al final, pues, todo es cuestión no de dioses ni diosas, ni Cristo que lo fundó, sino de dinero. Mientras menos folléis, más dinero pagaréis, mancha de descerebrados y descerebradas.
Continuad, seguid haciéndoles el juego a estos avispados barra depravados, si podéis pagároslo.
Pagad, pagad, malditos.
Por el contrario, nada hay más liberador, nada más emancipador que un polvo. Ante su inocente pujanza se ven abatidas, reducidas a arena, las murallas de Jericó de la imposición religiosa de los profesionales de todas las clerecías. Vuestro polvo es su puta ruina. Así pues, ¡a qué puñetas esperáis!
¡Fornicad!